martes, 27 de marzo de 2012

Lo siento mucho. Siento dejarte así, has hecho tanto por mí, y has pedido tan poco a cambio que no sé como podría pagarte sin vidas alternativas. Todavía recuerdo esas tardes de césped y mantel de cuadros, zumos y tortilla, días tirados en la playa haciendo castillos de arena y pintando sueños entre atardeceres.


Y luego tus padres, y tu perro, y tus amigos, y los míos, nuestros amigos, y un proyecto de vida juntos. Y terminé la carrera y allí estabas, con tu sonrisa eterna y sin entender nada. Trabajando, y trabajando pero riéndonos a solas, sin perder un atisbo de la complicidad que nos hacía únicos. 


Un anillo, una garganta muda y tu cuello asintiendo, llorando y riendo y yo sintiéndome por fin como un hombre, porque eras mi mujer. Un vestido blanco, flores, vino, baile y risas, la definición de la felicidad hecha realidad.


Pero una noche, una noche quiso el destino reírse de nosotros, y puso un borracho en mi camino. Y me arrancó todo, me arrancó todo en unas décimas de segundo, la alegría y la risa, atándome a esta cama de por vida, para que no pudiéramos correr por la playa nunca más, haciéndote esclava de mis necesidades.


Lo siento, lo siento mucho. Espero que me perdones, pero no soy suficientemente valiente para decirte adiós mirándote a los ojos. 


Y así, así se acabó todo.







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